BRISTOL -- La exhibición de Antonio Margarito promete pasar a los anales como uno de los momentos cumbres en la historia del boxeo mexicano.
Poder, contundencia, determinación, presión, inteligencia y muchos otros factores acompañaron al boxeador mexicano en el camino a convertirse en el mejor peso welter del momento y en uno de los grandes del escalafón "libra por libra".Hay una diferencia básica entre los dos boxeadores: Margarito sabía lo que tenía que hacer anoche en el MGM Grand de Las Vegas. Miguel Ángel Cotto salió a ver qué es lo que podía hacer en el ring. Al final, el cuento terminó siendo una lección dura y contundente para un boxeador invicto a quien la crítica destacaba como uno de los grandes de la última época. Teniendo en cuenta que su quijada es capaz de soportar cualquier tipo de castigo, el nativo de Tijuana entendió perfectamente el plan de la pelea y las instrucciones que su esquina le daba: Presionar a un Cotto siempre elusivo, que era peligroso en el contraataque, que basaba todo en la velocidad y en la carrera hacia atrás. Margarito nunca se desesperó por las condiciones de la pelea porque entendía perfectamente en lo que iba a parar. Cedió los primeros rounds -es más, lo perdió en las tarjetas de cada uno de los tres jueces- y nunca dejó de enviar sus poderosos golpes hacia las zonas blandas de Cotto. Estaba comprando una victoria a futuro, pero de ninguna manera se estaba endeudando o hipotecando todas sus pertenencias. Tal y como lo marcaban los planes del de Tijuana, la pelea tendría que ser suya a partir del sexto o séptimo round. Y Cotto se detuvo. Ya no hacía sus largas corridas y se refugiaba en las cuerdas, un sitio donde Margarito podía darse el lujo de soportar en pie dos y hasta tres combinaciones del boricua, pero donde acrecentaba su castigo en una zona que no tardaría mucho en darle dividendos. Tozudo, terco y empecinado hasta más no poder, Margarito empezó a cobrar las facturas y cambió de zona el objetivo, enviando ahora sí, sus golpes directos hacia la cara de un Cotto vaciado e indefenso. "Nunca me hicieron realmente daño sus golpes", le dijo a Margarito a la cadena HBO sólo unos minutos después de que el réferi detuvo el combate en el decimoprimer round porque Cotto se tiró al piso suplicando piedad. "Yo estaba en mi plan de pelea y le prometí a mi esquina que lo iba a noquear". La parte esencial de la película del combate pudo leerse durante los acercamientos de la cámara a cada una de las esquinas. Mientras Margarito se reía, contestaba las preguntas de sus entrenadores y hasta se daba el tiempo de opinar sobre cómo veía la pelea, en el rincón de Cotto el "cutman" trabaja a toda velocidad, el mánager le gritaba sin respuesta y la sangre -desde los orificios nasales y el párpado inferior derecho- bañaban cualquier tipo de esperanza. Puede que Margarito no sea ese boxeador completo que todo mundo espera: Su defensa es limitada y permite que el rival se luzca tirando golpes de velocidad, pero al contrario de esos defectos tiene otras virtudes que le pueden valer para acercarse a la lista de cinco mejores de la época y a uno de los mejores de todos los tiempos en el boxeo mexicano. Es valiente hasta decir no más. Soporta todo lo que hay que soportar y pega con una determinación descomunal en las zonas donde de acuerdo con los viejos mánagers se ganan las peleas. Margarito es una realidad y ahora tiene el mundo a sus pies, porque nadie le negará la condición del mejor welter del planeta y de acercarse a las bolsas millonarias. Anoche mismo, le tiró otro gancho directo al hígado a Oscar De La Hoya: "Oscar... Oscar", le dijo. "Aquí estoy. Dame esa oportunidad que tanto he buscado. Estoy listo para pelear contigo...". Estoy seguro de que Oscar, como otros presumibles rivales de Margarito que vieron la pelea anoche, estaba a esa hora de la noche en el baño tirando por la boca el miedo que esparció el boxeador mexicano.
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